Fringe, creada por JJ Abrams (LOST, Alias, Cloverfield) junto con Alex Kurtzman y Roberto Orci aspiraba a ser la heredera de Expediente X. Y lo es sin ser una copia de las aventuras de Mulder y Scully, sino la vuelta de tuerca que la ciencia ficción televisiva necesitaba en esta nueva década.
La serie nos cuenta los extraños casos que estudia un departamento secreto del FBI: la división Fringe, formada por Olivia Dunham, una agente del FBI con un pasado lleno de dobleces; Walter Bishop, un científico que perdió la cabeza al someterse a sus propios experimentos; y Peter, hijo de Walter, un ex-estafador con una mente privilegiada que parece de otro mundo… “Fringe” se traduce como “borde” o “flecos”, aquella parte de la ciencia relacionada con lo desconocido o lo inverosímil. Entre los capítulos autoconclusivos se entreteje la trama central de la serie, absolutamente espectacular (no daré detalles para no reventar nada a quien quiera verla).
Fringe supone una renovación de las series de ciencia ficción no sólo a nivel técnico (efectos especiales, fotografía…) sino sobre lo que trata y cómo lo trata: el miedo al terrorismo post-11S, la incertidumbre ante un mundo cada vez más tecnológico (encarnado por la todopoderosa Massive Dynamic), o la presencia de “seres” y “artefactos” que escapan a nuestra razón pese a vivir en una época en la que todo se conoce y se controla. Los propios personajes experimentan esta “ciencia al límite”, enfrentándose a lo desconocido o incluso a ellos mismos. Los que vayan por la tercera temporada saben de lo que hablo. Ya hemos cruzado el espejo.
PD: Si empezáis a verla y os parece muy normalilla, esperad a la mitad de la primera temporada, cuando la serie se asienta…
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